domingo, 29 de junio de 2014

LOCAMENTE ENAMORADO

Hola a todos.
Aquí os dejo con un nuevo fragmento de Locamente enamorado. 
Dillon se encara con su futuro.

                                  Samantha murió menos de una semana después. Murió al mediodía. Lady Marianne rompió a llorar en el momento en el que Samantha expiró.
-¡Hija mía!-sollozó.
                            Dillon permaneció junto a la cama donde yacía ya el cadáver de su mujer, pero fue incapaz de reaccionar en aquellos momentos. Escuchaba los sollozos histéricos de lady Marianne.
                           El velatorio se celebró en la casa de la pareja.
                           Lady Marianne quiso amortajar el cuerpo de Samantha. Dillon permaneció en el salón recibiendo a las visitas. Eran personas que acudían a dar el pésame a los marqueses. Y le dieron también el pésame a él.
                           Incluso, acudió la abuela de Samantha, la madre de lady Marianne. Samantha le comentó en una ocasión que nunca se llevaron bien. Pero la mujer estaba destrozada por la muerte de su única nieta. Tenía la sensación de que se había quedado sola. Dillon no escuchó los lamentos de la anciana.
                          Al día siguiente, Samantha fue enterrada en el panteón familiar del marqués. Los hijos del primo de éste acudieron al entierro.
                          Dillon no se dio cuenta de que estaba llorando. Le hicieron agacharse y coger tierra.
                          Le hicieron echar tierra sobre el ataúd que contenía los restos mortales de Samantha. Le parecía que estaba soñando. Nada de lo que está pasando es real, pensó Dillon con horror.
                         El cáncer...Un maldito cáncer de páncreas se había llevado a una mujer hermosa y llena de vida.
                         El marqués le introdujo dentro del carruaje blasonado de su familia. El marqués estaba destrozado por la muerte de Samantha, pero tenía otras cosas en mente.
-¿Te has fijado en que los hijos del malnacido de mi primo estaban en el cementerio?-le preguntó a Dillon.
-No me fijé-respondió el atontado joven.
-Vienen a hacerse con mi título. Ya no tendré nietos. O lo que sea.
-¡Por el amor de Dios!-le gritó una histérica lady Marianne-¿Sólo piensas en tu asqueroso título? ¿No recuerdas que hemos enterrado a nuestra hija?
-A tu hija, querida. Te abriste de piernas para alguien sin estar casada.
-¡Hijo de puta!
                       Lady Marianne abofeteó con rabia a su marido.
                       Dillon presenció la escena sin reaccionar. Para él, era su esposa quien acababa de ser enterrada. Los marqueses estaban desquiciados.

 

                        Los días siguientes los pasó Dillon recordando el tiempo que había pasado junto a Samantha. Recordaba las veces que se reunían los dos a desayunar en el comedor para contarse lo que iban a hacer durante el día. De las veces que salían a pasear por Hyde Park y Samantha quería pasar por Rotten Row. Recordaba lo que le había aconsejado Samantha que hiciera.
                       No se atrevía a dar aquel paso.
                      Le parecía que Samantha no estaba en su sano juicio cuando se lo pidió.
                      Buscar a Rose.
                     Pero, menos de un mes después, Dillon decidió seguir el consejo que le había dado su esposa antes de morir.
                      Abandonó Londres una mañana en la que hacía mucho frío. No quiso despedirse de los marqueses. Lo último que supo de ellos era que siempre estaban discutiendo. No quería presenciar más peleas.

sábado, 28 de junio de 2014

LOCAMENTE ENAMORADO

Hola a todos.
Antes de ser lady Catherine Weeler, la joven que lleva a Dillon O' Hara por el camino de la amargura tuvo otros nombres. Se llamó Margaret (duró poco). También se llamó Jemima (duró más). Y, durante unos días, pensé en llamarla también Rose (un nombre que me encanta).
Finalmente, se quedó en Catherine.
Este pequeño relato que me gustaría compartir con vosotros tiene como protagonista a Dillon y a su amada, llamada aquí Rose.
Y hay otros cambios que no guardan relación alguna con la historia. Sólo se relacionan con lo que paso a contar aquí.
Se llama Locamente enamorado. 
Espero que os guste.

   LONDRES, DURANTE LA DÉCADA DE 1840

                     Era un sábado por la noche y Dillon O' Hara permanecía sentado en una silla junto a la cama donde yacía su esposa Samantha. La joven estaba despierta y le miraba. 
                       Samantha sentía que su tiempo se estaba agotando. 
-Cuando yo no esté, no quiero que estés solo-le dijo-Me has dado mucho. Y te estoy agradecida. Aunque mi amor por ti nunca fue correspondido. 
-¿Qué dices, Sam?-se extrañó Dillon. 
-No soy tonta, cariño. Te conozco bien. 
                     El recuerdo de Rose acudió a la mente de Dillon. Tenía la sensación de que volvía a ser un adolescente. Al lado de Rose, Dillon vivió las horas más hermosas de su vida. Fue un amor puro. Rose era una chica muy guapa. Estaba llena de vida. Era tan sencilla que no parecía descender de una adinerada familia. Su padre era un militar. 
                    En un primer momento, Rose le evitaba por miedo. Era la menor de seis hermanas. Su padre estaba demasiado ocupado intentando casar a las cinco mayores. La mayor de las hermanas de Rose, Jasmine, estaba sufriendo por culpa de un amor no correspondido. Y Rose no quería hacerse ilusiones con Dillon como se había hecho ilusiones Jasmine con aquel apuesto joven que le destrozó el corazón. Le había robado su primer beso a Jasmine y hubo otros besos más. Pero él sólo quería divertirse con ella. 
-La echas de menos-observó Samantha-Sigues enamorado de ella. 
-Tienes un poco de fiebre-se excusó Dillon. 
-Por favor, cariño. No me mientas. 
                     Una tarde, Dillon y Rose salieron a dar un paseo por el pueblo. 
                     Junto al pozo, situado en la calle principal de San Ezequiel, en el centro, Dillon le robó un beso a Rose. Las mejillas de la chica se encendieron de un bonito color rosa. Fue el primer beso para ambos. Dillon volvió a besarla. Al separarse, Rose esbozó una dulce sonrisa. En aquel momento, Dillon tuvo conciencia de que siempre la amaría. Fue el inicio de su historia de amor. 
                     Samantha siempre supo que había otra mujer en la vida de su marido. 
                     Habían pasado diez años. 
                     Pero Dillon no había sido capaz de olvidar a Rose. En aquellos diez años, había intentado rehacer su vida. Llegó a Londres. 
                     Sin embargo, a pesar de que consiguió un buen trabajo. A pesar de que el pasar tantas horas en el despacho llenaba su vida. A pesar de su matrimonio con Samantha...A pesar de todo...No era feliz. 
                     Rose...
                     Tenía la sensación de que le faltaba un órgano vital desde que no la veía. Había vivido con intensidad aquel primer amor. Porque su amor por Rose había sido intenso y único. 
-¿Sabes dónde está?-inquirió Samantha. 
                      Dillon tenía la sensación de estar de nuevo en San Ezequiel. 
                      Estaba volviendo atrás con su mente en el tiempo. Volvía a ser un adolescente. Un adolescente enamorado...Rose se hacía la tonta cuando lo veía y estaba en compañía de sus hermanas. 
                      Pero, después, se veían a solas. Dillon llenaba de besos el rostro de Rose cuando se encontraban a orillas del riachuelo que pasaba por las afueras del pueblo. Siempre llevaba algo de agua en su caudal, recordaba Dillon. 
                     Se veían una vez a la semana. El día escogido para verse era los sábados por la tarde. Dillon tenía la sensación de que su madre sospechaba algo. Pero lo olvidaba todo cuando se encontraba con Rose. 
                      Abandonó San Ezequiel para olvidar. Para no tener que recordar a Rose. Creía verla pasar por sus calles. La casa abandonada era un recordatorio constante de que ella se había ido para no volver. 
                       Samantha era miembro de la aristocracia. La hija única de un acaudalado marqués...Siempre se rumoreó que no era hija de él, sino que era la hija ilegítima de su cuñada, hermana de su primera esposa. Ni Samantha ni Dillon supieron si esto era real. O si era una mentira. 
-Tengo una ligera idea de dónde puede estar-contestó Dillon. 
-Entonces, cuando yo muera, quiero que vayas a buscarla-le pidió Samantha. 
                          Fueron las hermanas de Rose quienes les separaron. No sentían celos de la relación que la chica mantenía con Dillon. Pero habían visto sufrir a Jasmine por culpa de un hombre. Creían que el joven Dillon le haría daño. Obraron de buena fe. Pero el padre decidió alejar a Rose de San Ezequiel. La chica no tuvo tiempo de despedirse de su amado. 
-Ha pasado mucho tiempo, Sam-le recordó Dillon a su mujer-Puede que se haya casado. No creo que me esté esperando. 
                          Samantha había llegado a conocer bien a su marido. Llevaban casados cuatro años. En un primer momento, el padre de Samantha se opuso a la boda. Trató de hacerle ver a su hija que un joven texano de ascendencia irlandesa no era el hombre apropiado para ella. Para sorpresa del marqués, Samantha se rebeló. 
                         Dillon la besó por primera vez en Rotten Row. 
                         Samantha supo que era el hombre de su vida. Por eso, no lo dudó. Se fugaron juntos a Gretna Green. Para cuando los marqueses los encontraron, la pareja acababa de contraer matrimonio en la Vieja Herrería, un lugar donde solían casarse numerosas parejas. 
                       Los dos herreros dijeron que la pareja había afirmado que se habían casado. Y que bastaba con ello. 
-Has cometido un terrible error-le dijo la marquesa a Samantha-No es el hombre adecuado para ti. 
                        La joven no le hizo caso. Dillon y su esposa regresaron a Londres. 


                Dillon consiguió un trabajo como pasante de abogado. Los marqueses tardaron en reanudar su relación con Samantha. Estaban muy disgustados con ella. Lady Marianne, la supuesta tía o madre de la joven, pensó que Samantha podía darle un nieto. Había estado casada una vez antes de casarse con el marqués. No tuvo hijos durante su matrimonio. Pero tampoco tuvo hijos con el marqués. 
                 Creyó que Samantha sería madre enseguida. Pero, un año después de la boda, los hijos todavían no habían llegado. 
                 Dillon se juró así mismo intentar olvidar a Rose. Pero todas las noches aparecía ante él el rostro de su amada. Si estaba revisando un documento. Si estaba hablando con un cliente. Lo que veía era la dulce sonrisa de Rose. Era como una especie de fantasma que lo estaba separando de su mujer. 
                  Una tarde, a orillas del riachuelo, Dillon probó con su lengua la suavidad de la piel de Rose. Se entregaron el uno al otro. 
                   Sus encuentros fueron más apasionados. Perdieron aquella tarde la virginidad juntos. Después, a orillas de aquel riachuelo, pasaban largas horas besándose en los labios. Llenando el uno de besos cada centímetro del cuerpo del otro. 
                     De algún modo, Samantha siempre supo que, a pesar de lo mucho que amaba a Dillon, su amor no era correspondido. Su marido nunca le fue infiel con el cuerpo. Lo que más le dolía a Samantha era que Dillon sí le era infiel con la mente. 
-El primer amor nunca se olvida-suspiró Samantha. 
-No te vas a morir-le recordó su marido-Y te quiero. 
-Pero no me quieres como quieres a esa joven. Y eso me duele. 
-Sam...Yo...
                          Samantha no conocía personalmente a la mujer a la que ella consideraba como su rival porque ni siquiera vivía en Londres. Dillon le contó que Rose era rubia. Y que tenía los ojos de color azul cielo. Ella le pidió que le hablara de Rose. 
                           Pero Dillon habló con tanto amor de aquella chica que el corazón de Samantha se desgarró. 
-Perdóname-se disculpó Dillon, desolado-No he sabido amarte como merecías. 
-No pasa nada-le excusó Samantha-Ha sido un buen marido. Y te estoy agradecida por todas las cosas buenas que me has dado. 
-Lo dejaste todo por mí. Te enfrentaste al mundo para estar a mi lado. 
-No te puedo reprochar nada. No puedo mandar en tu corazón, cariño. 
                        El primer año de matrimonio transcurrió normal. Dillon luchaba por ganar dinero suficiente para mantener a Samantha. Y luchaba también por olvidar a Rose. No lo consiguió. 
                        El segundo año de matrimonio fue peor. Samantha creyó que su marido tenía una amante. Lo sentía cada vez más lejos de ella. Entonces, Dillon se atrevió a hablarle de Rose. Y Samantha supo que el corazón del hombre al que ella amaba tenía dueña. Quedó destrozada. 
                       Los encuentros íntimos entre ambos desaparecieron a partir del tercer año de matrimonio. Los ojos de Samantha adquirieron una mirada triste. Seguía amando a Dillon con todas sus fuerzas. Entendía bien a su marido. Pero el desamor le hacía mucho daño. Nunca le echó nada en cara. Por suerte, según ellos, no habían tenido hijos. Ningún niño había sido testigo de su desdicha. 
-Me habría gustado haber tenido hijos durante nuestro primer año de casados-admitió Samantha. 
-Lo siento-se disculpó Dillon. 
-Hablé con un médico. Tengo problemas para quedarme embarazada. Me enteré después de conocer la existencia de Rose. Creía que dándote un hijo te uniría más a mí. No fue así. 
                        Dillon cogió la mano de su mujer y se la llevó a los labios. 
                        La enfermedad les había unido. Dillon se desvivía por cuidar de Samantha. 
                        A lo largo de su cuarto año de matrimonio, Samantha había perdido mucho peso. Sentía un fuerte dolor en el abdomen. El color de su piel y el color de sus ojos se tornó amarillento. 
                        Presionada por su familia, Samantha decidió someterse a un examen médico. El resultado fue demoledor. 
                       Todos quedaron destrozados al conocer la noticia. 
                       Samantha padecía cáncer de páncreas. 
                       Dillon se volcó en cuidarla. 
                       Pasaba las noches en vela al lado de su mujer. 
                        El fantasma de Rose les separaba. Había llegado a querer realmente a Samantha. Pero se trataba de un cariño casi fraternal. Le destrozaba verla consumirse a medida que iban pasando los días. 
                        Dillon se sentía mal porque estaba enamorado de un simple recuerdo. El amor que sentía por Rose no desapareció con el paso del tiempo. Al contrario...
                       Parecía que iba creciendo a medida que iban pasando los días. Era un amor tan profundo y tan fuerte que asustaba a Dillon. 
-Mi padre habló conmigo esta tarde-empezó a hablar Samantha-Bueno...No se trata de mi padre realmente. 
-¿Lady Marianne es tu madre?-inquirió su marido. 
-Es lo que me ha contado. Tía Marianne...Fue muy duro lo que pasó. Tenía dieciocho años. Y le hicieron daño. No sé quién lo hizo. Mi padre...El marqués lo sabe. Había que tapar la vergüenza de algún modo. 
-Lo siento mucho. 
-No importa. Siempre tuve la certeza de que tía Marianne era mi madre. Luego, entró en la habitación. Se lo pregunté. Me han confesado la verdad porque me estoy muriendo. No sé lo que pasará con el título de marqués. Supongo que irá a parar a manos de uno de los hijos del primo de mi padre. Del marqués...No tiene hermanos. No tiene hijos varones. Es una pena. 
-Me sorprende tu entereza. 
-Se está acabando mi tiempo, cariño. No sirve de nada ponerse a gritar. Ni a llorar. 
-Te admiro, Sam. 
-No busco tu admiración, cariño. Sólo busco tu amor. Pero...Ya nada importa. 



viernes, 27 de junio de 2014

EL PROMETIDO

Hola a todos.
Y llegamos hoy al final de El prometido. 
Espero que os haya gustado este pequeño relato protagonizado por Joseph y por Brighid.
¡Vamos a ver lo que pasa!

                          El viaje se le estaba haciendo eterno a Brighid.
                          Joseph le habló de su pequeño Víctor. De lo mucho que lo quería.
                          Tardaron dos o tres días en llegar a Dooega y, cuando Joseph le indicó a su mujer que estaba viendo a lo lejos el pueblo al asomarse por la ventanilla del carruaje, Brighid se puso muy nerviosa.
-No te preocupes, cariño-la tranquilizó Joseph-Todo irá bien.
                           La casa de la familia Dashwood parecía sacada de uno de los libros que solía leer Sarah.
                           Se encontraba en las afueras de Dooega. Era una magnífica mansión construcción de piedra. Brighid pensó que aquella mansión que le recordaba a un castillo sería desde aquel mismo instante su nuevo hogar. Había visto la Iglesia del pueblo abierta y a una señora vestida de luto que entraba en su interior. También había visto la bahía de Camport, repleta de actividad, con los barcos que partían a faenar a alta mar.
-Es un lugar muy interesante-le comentó a Joseph.
                                  El joven advirtió de que Brighid se había puesto muy blanca al entrar el carruaje en Dooega. Las tierras que poseían los Dashwood eran inmensas. Pertenecían a Joseph. El joven abrazó con cariño a su mujer y la besó en la frente.
-¿Te asusta conocer a mis padres?-le preguntó-¿Te preocupa conocer a mi hijo?
-Me asusta el no caerles bien-respondió Brighid-No me conocen de nada.
-Cuando te conozcan, te adorarán. Es imposible no quererte, Brighid. Mi hijo te querrá tanto como te quiero yo.
                           La joven sentía que estaba soñando. El convertirse en una de las señoras de aquella casa tan inmensa la abrumaba en exceso. Era la primera vez que visitaba Dooega y le parecía un pueblo bonito y agradable. Esbozó una sonrisa al ver la confianza que Joseph estaba depositando en ella. Brighid se dijo así misma que tenía que tranquilizarse. Su marido estaba a su lado. Él la apoyaba en todo. Tuvo la sensación de que se iba a perder dentro de su nuevo hogar. Era el doble de grande que la casa en la que había nacido. Sarah tendría que estar aquí conmigo, pensó Brighid. Trató de relajarse y de mantener la calma. No quería parecer un manojo de nervios delante de sus suegros.
                            El carruaje se detuvo al entrar en el jardín de la mansión. Joseph descendió en primer lugar y ayudó a bajar a su esposa. El miedo regresó a ella. Sería una de las tres señoras de la casa, ya que Joseph era el menor de tres hermanos. Siempre había sido, curiosamente, el más responsable de los tres. Los dos mayores estaban casados y los hijos no venían. El mayor, Patrick, se había casado en segundas nupcias. Su primera esposa había muerto. Se decía que el único hermano fértil era Joseph, al haber llevado una vida tranquila.
                         Los criados habían salido a recibirles. Toda la familia Dashwood también había salido a recibir a los recién llegados.
                         Brighid empezó a temblar de manera visible. Siempre pensó que se quedaría a vestir Santos.
                        Sarah tendría que estar aquí, pensó. La bella Sarah...Con su cabello de color caoba...
                       Sarah podría ser la señora de esta inmensa mansión, pensó Brighid. Yo no lo haré bien. Joseph me está sobrevalorando. Tendría que irme de aquí. Salir corriendo. Joseph cortó el hilo de sus pensamientos. Le dijo que, al día siguiente, la llevaría a ver los hermosos acantilados que había. A Brighid le pareció una buena idea.
                         Los padres de Joseph fruncieron el ceño al ver a Brighid. Sir Caleb, el padre de Joseph, no estaba nada contento con las nueras que había tenido.
                         Patrick había estado casado en primeras nupcias con una viuda de pésimo recuerdo para los Dashwood. Ésta, a su vez, había estado casada dos veces. Con su primer marido no tuvo hijos. Con el segundo perdió el niño que esperaba antes de cumplir el octavo mes de gestación. Con Patrick tampoco tuvo hijos.
                          Patrick era el hijo mayor. Pero no era para nada responsable. Y lo mismo ocurría con Aidan, el hijo mediano.
                          Le tocaba a Joseph tirar para adelante.
                           Sir Caleb no sabía qué pensar de su nueva nuera. Desconfiaba ya de todas.
                           Tenía ya sesenta años. En el físico, Joseph era el que más se le parecía. Sir Caleb habría sido igual que Joseph cuando tenía su edad. Así lo valoró Brighid.
                          Los dos poseían la misma figura erguida. La misma pose...Pero sir Caleb era más obstinado que su hijo menor.
                          Los dos eran bastante altos. Pero sir Caleb parecía estar cansado de todo. Su vientre era bastante prominente. A su lado, su esposa, lady Stella, parecía ajena a la llegada de su nueva nuera. Sólo tenía ojos para su hijo.
-¿Cómo ha ido el viaje?-le preguntó a Joseph.
-Ha sido un viaje tranquilo-respondió el joven.
-Víctor está en la habitación de los niños. Le diré a la niñera que lo baje. ¿Ésta es tu esposa?
-Sí, madre. Es Brighid. Es maravillosa.
                         Sir Caleb tardó en acostumbrarse a tener a Brighid en casa. Y lo mismo le pasó a sus dos hijos mayores. Era una desconocida.
                           Sir Caleb y lady Stella se habían llevado un disgusto cuando Joseph se casó con Chandra. Hasta donde ellos sabían, ningún caballero se casaba con una joven hindú. ¡Y, encima, de baja casta!
                           Sir Caleb y lady Stella tardaron mucho tiempo en dar su bendición al primer matrimonio de su hijo menor. No llegaron a conocer a su nuera. Joseph les escribía hablándoles de lo maravillosa que era Chandra. De lo inteligente que era. De lo bien que se portaba con todo el mundo. No podían comparar a aquella delicada joven con Chandra. A Brighid la estaban viendo y la estaban conociendo, pero nunca habían visto ni habían conocido en persona a Chandra.
                        El mismo día de su llegada, Brighid conoció a Víctor.
                        No dijo nada cuando el niño apareció de improviso en lo alto de la escalera para saludar a su padre.
                         Sabía que el pequeño Víctor era mestizo. Joseph se lo había contado. Pero eso no le importó.
                        Aquel niño era el hijo de su marido. Era un niño que no tenía madre. Brighid deseaba ser su madre. Pero no quería que olvidara a la mujer que lo había traído al mundo. Entre Joseph y ella, le enseñarían a venerar el recuerdo de Chandra. En cuestión de días, Víctor adoraba ya a Brighid.
                        Los hermanos de Joseph tuvieron que aceptar a su cuñada. Sus esposas se dijeron así mismas que debían de hacerse amigas de Brighid. Y se encontraron con que la joven también quería ser amiga de ellas.
                         El responsable Joseph había encontrado a la mujer con la que quería pasar el resto de su vida.
                          Brighid llegó a conocer muy bien a sir Caleb. Podía ser un hombre un tanto arisco. Pero se hacía de querer.
                         A pesar de las apariencias, había algo en sir Caleb que le recordaba mucho a su propio padre. El hombre se encariñó con Brighid. A las pocas semanas de llegar a Dooega, la joven se había convertido para él en una hija. La trataba con gran cariño. No se parecía en nada a sus otras nueras. Brighid no era nada escandalosa. Todo lo contrario...Era discreta. No quería llamar la atención. Prefería pasar desapercibida.
                        Lady Stella también llegó a encontrar encantadora a su nuera. Lo cierto era que siempre imaginó a Joseph al lado de una mujer más impetuosa para contrarrestar la seriedad de su carácter. Sin embargo, tuvo que reconocer que Brighid sacaba lo mejor de su hijo menor y que era una buena madre para el pequeño Víctor. Brighid estaba llena de luz. Y eso se notaba. Se percibía.



                        Días después, Joseph llevó a Brighid cerca de los acantilados. Le mostró la inmensidad del mar. El cielo azul, igual que los ojos de Brighid. Ella encajaba a la perfección en aquel lugar.
                        Joseph besó a Brighid con todo su corazón. Supo que la amaría siempre. Que habían nacido para estar juntos.

FIN

jueves, 26 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "UN AMOR PROHIBIDO"

Hola a todos.
Aquí os dejo con este fragmento de Un amor prohibido. 
Vemos cómo avanza la relación secreta entre Dillon y Catherine, pero asistiremos al sufrimiento de Theola.

-Mi prima tiene un mensaje para ti-le dijo Theola a Dillon.
                      Lo encontró limpiando el establo. El joven dejó a un lado la pala con la que estaba recogiendo el estiércol y llevó a Theola a un aparte.
-Cathy dice que esta tarde, si quieres, podéis veros junto al riachuelo-le informó la chica.
                           Dillon sonrió de manera amplia y besó en ambas mejillas a Theola. Le pidió que le dijera a Catherine que la esperaba en el riachuelo sobre las seis de la tarde.
-Díselo, por favor-le pidió-Y dile que no se retrase.
-Se lo diré-le prometió Theola-Descuida.
                         Dillon y Catherine se encontraron aquella misma tarde a las seis a orillas del riachuelo.
                         Llegó Dillon en primer lugar. No tuvo que esperar mucho. Catherine apareció enseguida.
-Hola...-la saludó el chico.
-Hola-le devolvió Catherine el saludo-¿Llevas mucho rato esperando?
-Acabo de llegar.
-No puedo quedarme mucho rato. Mis padres creen que he ido a visitar a Peggy para que me haga un chal de encaje.
                           Se sentaron en el suelo. Catherine notaba cómo su corazón latía a gran velocidad.
                           Era la segunda vez que se encontraba con Dillon a solas. Y los dos eran conscientes del sentimiento que estaba creciendo entre ellos. Un sentimiento que se hacía cada vez más grande a medida que iban pasando los días.
-¿Cómo está tu familia?-le preguntó Catherine a Dillon.
                        Estuvieron un rato hablando de temas triviales. Dillon, a su vez, también se interesó por la familia de Catherine.
                       Pero el tiempo pasó volando. La chica se dio cuenta de que tenía que irse.
-No te vayas aún-le pidió Dillon-¡Si parece que ha pasado media hora desde que llegaste! Quédate.
-Mis padres no saben que estoy aquí-admitió Catherine-Y me da miedo que se enteren y se enfaden conmigo. Y contigo...Y con Theola...
                      La chica no se atrevía a ponerse de pie. No quería alejarse de Dillon.
-Cathy...-balbuceó el joven-Yo...
                      Casi no se atrevía a abrir la boca. Estar cerca de Catherine le llenaba de felicidad. Pero también le daba miedo. Creía que estaba soñando.
                        Catherine era la hija de un duque. De un duque arruinado, sí. Pero su padre seguía siendo duque.
                        Él querría lo mejor para ella. Un buen partido...Y Dillon no era eso precisamente. El hijo de un ranchero nacido en Irlanda no era el hombre más apropiado para la hija de lord Weeler. Catherine adivinó lo que Dillon estaba pensando.
-Me gustas mucho, Cathy-se sinceró Dillon.
-Apenas estamos empezando a vernos-le recordó la chica-No me conoces del todo bien.
-Pero adivino cómo eres en realidad.
-¿Y cómo soy?
-Pienso que eres maravillosa.
-¿Y si te equivocas?
                          Entonces, Dillon se inclinó sobre Catherine y la besó con dulzura en los labios. La joven le devolvió el beso con la misma dulzura.

                           Dillon sólo la besaba en las mejillas.
                           Theola estaba sentada en el sofá pensando en ello cuando entró Catherine en el salón.
-Hola...-la saludó alegre.
                           Theola tenía las mejillas inundadas por las lágrimas. Su prima venía radiante. Catherine se sentó a su lado en el sofá. Su sonrisa se le heló al darse cuenta de que Theola estaba llorando. La chica se secó las lágrimas rápidamente con la mano.
                           Era muy raro ver a Theola llorar. Dillon solía decir que Theola era una chica dura. Decía, al igual que Olivia, que llorar era de débiles.
                           Catherine abrazó con cariño a su prima. Theola apoyó la cabeza en el hombro de Catherine. Sentía que en su interior se estaba librando una fiera batalla. Por un lado, estaba Dillon. Ella lo amaba con todas sus fuerzas. Pero, por el otro lado, estaba Catherine.
-¡Oh, Cathy, no sabes lo duro que es amar y no ser amada!-sollozó Theola-Estoy destrozada. ¡Me quiero morir!
                            Catherine acarició con la mano el cabello de su prima. Theola lloraba desesperadamente.



-¿Es que estás enamorada?-se sorprendió Catherine-¿De quién se trata? Dime si le conozco.
                         Theola guardó silencio. No se sentía capaz de contarle la verdad a su prima. No se atrevía a dar aquel paso. Mil veces había pensado en contárselo a Dillon. Estaba convencida de que ella era la chica que le convenía. Los dos tenían un carácter muy parecido.
                        Pero Dillon estaba perdidamente enamorado de Catherine. Y Theola se sentía incapaz de luchar contra su prima.
                        Tan sólo le quedaba llorar de dolor. De tristeza...
-No le conoces-mintió Theola-Es un chico. Estuvo aquí de paso. Ni siquiera...Ni siquiera...Creo que ni se acuerda de mí.
-No recuerdo haberte visto hablando con un chico-afirmó Catherine.
-Estuvo trabajando como jardinero en el colegio. Yo le veía en los recreos. Pero apenas crucé más de séis palabras con él. Pero...
                       A Theola le dolía mentirle a su prima. Pero era mejor así. Catherine se preocupaba sinceramente por ella. Le debía lealtad.
                        Se separó de ella.
-¡Lo siento mucho!-se lamentó Catherine-Tenías que habérmelo contado. Yo habría hecho algo por ayudarte. Habría hablado con él. Le habría gritado a la cara que es un imbécil por no hacerte caso cuando eres la persona más extraordinaria del mundo.
                       Un nudo se formó en la garganta de Theola al escuchar aquella afirmación que estaba haciendo su prima sobre ella.
                       Jamás pensó que acabaría enamorándose de Dillon. Pero él, en lugar de corresponder a aquel amor, se había enamorado de Catherine. Le parecía una especie de broma pesada. Un insulto que le dirigía la vida. ¡Qué irónico le parecía todo! Catherine estaba intentando consolarla.
                     Theola estaba furiosa. Sentía una gran furia hacia todo el mundo.
                    Odiaba a Catherine porque era a ella a quien Dillon realmente quería. Odiaba a Dillon porque no la quería a ella.
                      Quería ponerse a gritar. Quería destrozar toda la casa. Quería sacar fuera todo el dolor que la estaba consumiendo por dentro. En lugar de hacer eso, se secó las lágrimas de un manotazo.
-No pasa nada-mintió.
                       Catherine alzó la mano para acariciarle la mejilla.
-Detesto verte tan triste cuando yo me siento tan feliz-afirmó.

miércoles, 25 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "HISTORIA DE DOS HERMANAS"

Hola a todos.
En este fragmento de Historia de dos hermanas, vamos a ver algo sorprendente.
¿Joseph cortejando a Sarah?
¡Vamos a verlo!

                        Pasear cogida del brazo de sir Joseph Dashwood por los alrededores de una tumba de siglos atrás y acompañada por la doncella que compartía con Brighid no era lo que Sarah entendía como un encuentro romántico.
                         Esta clase de encuentros no eran los encuentros apasionados que protagonizaban las protagonistas de las novelas que leía. Sir Joseph Dashwood era un aburrido caballero. No era tan misterioso como Sean.
                          Joseph se sentía cohibido. Su madre le había hablado en numerosas ocasiones del carácter chispeante de Sarah. Una opinión que era compartida con Brighid. Habían salido de la casa de los Farrell hacía una media hora. Ni él ni Sarah se habían cruzado palabra alguna. Tenía la sensación de que la mente de la joven estaba puesta en otra parte. Joseph se arrepentía sinceramente de haber aceptado la sugerencia de lady Stella de cortejar a Sarah. Los esfuerzos de Brighid por juntarlos estaban siendo un fracaso. Y, la verdad sea dicha, Joseph no sentía interés alguno por Sarah. Era Brighid.
                         La joven se había colado casi sin esfuerzo en su mente. ¡Y estaba intentando casarle con su hermana menor!
-¿Se aburre conmigo, señorita Farrell?-le preguntó a Sarah.
-¡Oh, no!-respondió la joven-Tan sólo estoy disfrutando de la visión del paisaje.
-Entiendo.
                          Se hizo otra vez el silencio. Sarah miraba una y otra vez a su doncella. Permanecía algunos metros alejada de ellos. Sarah deseaba entablar conversación con ella. Por lo menos, no estaría tan aburrida como lo estaba en aquellos momentos.
                         Joseph comparaba mentalmente a Sarah y a Brighid. Sarah tenía un carácter alegre, en opinión de Brighid. Sin embargo, en el tiempo que llevaba cortejándola, el comportamiento de la joven Sarah hacia él había sido arisco. Se mostraba fría y distante con él. En ocasiones, Joseph tenía la sensación de que le caía antipático a Sarah. Lo cual era muy raro porque casi no se conocían. De momento, la joven no conocía a Víctor. Joseph no sentía el menor deseo de presentarle a su hijo.
                          Sarah no quería mostrarse, en el fondo, grosera con sir Joseph.
-¿La he ofendido en algo?-le preguntó el joven.
-Me está cortejando-respondió Sarah-Y debo decir que se está comportando como lo haría un caballero. Nunca se ha tomado libertad alguna conmigo.
-Pero parece que yo la desagrado por algún motivo que desconozco.
                          Joseph y Sarah se detuvieron. Sarah se sintió obligada a sincerarse con el joven.
-No es culpa suya, señor-admitió-Es culpa mía.
-No lo entiendo-se extrañó Joseph.
-Mi corazón pertenece a otro hombre. Pero hace años que no le veo.
                           Se sintió aliviada cuando habló con Joseph con total sinceridad. Él se quedó de piedra.
-Por eso, me muestro así con usted-prosiguió Sarah-Le ruego que me disculpe. Yo soy una tonta romántica. Y sigo esperando a que mi amado venga a buscarme. Es una historia larga de contar. Y usted pensará que es una historia algo vulgar. Le puedo asegurar que le entregué mi corazón a ese hombre. Pero no le entregué mi cuerpo. Aunque...Eso no importa. Usted desea una esposa virgen y aquí me tiene.
                            Joseph negó moviendo la cabeza.
                           Él no deseaba una esposa virgen y sumisa. No podía casarse con Sarah, pensó. Al casarse con ella, la vería marchitarse cada día que pasaba. Los dos sufrirían mucho.
                           Pero también sufriría Víctor.
-Le agradezco que haya sido sincera conmigo, señorita Farrell-dijo Joseph-Eso le honra.
                           Se alegraba de saber que Sarah no estaba enamorado de él. Joseph no estaba enamorado de Sarah.
-Yo no estoy enamorado de usted-se sinceró el joven.
                          Sarah se quedó atónita al escucharle. Luego, se echó a reír de un modo que a Joseph le recordó a la risa chispeante de Brighid. Sarah carecía de la luminosidad de Brighid. Era bella, pero no era como Brighid.
-Me imagino que sigue enamorado de su mujer-opinó Sarah-Puede parecer una locura porque, por desgracia, su esposa está muerta. Pero respeto sus sentimientos.
                           Joseph seguía amando a Selene.
                           La había amado de manera incondicional cuando se casó con ella.
                           Después de todo, era la madre de Víctor.
                           Pero ya no pensaba tanto en ella como lo hacía antes. Todo había cambiado para Joseph desde que conoció a Brighid.
                           Brighid...
                          Sarah se acercó a él y le besó en ambas mejillas.
                          Esbozó la sonrisa más comprensiva. Le parecía muy romántico seguir enamorado de su esposa muerta. Si a mí me pasara algo, pensó, puede que Sean me siga amando. ¡Amarme hasta después de muerta!
                           Sarah y Joseph decidieron dar la vuelta.
                          A lo lejos, Sarah vio a Brighid acercándose lentamente a ellos. De un modo muy poco apropiado para una señorita, echó a correr hacia ella. La abrazó con cariño. Joseph, a medida que Sarah iba acercando a Brighid, pensó que estaba viendo a un ángel.
                          Brighid estaba deslumbrante con aquel vestido de color rosado. Parecía una auténtica rosa inglesa. Era una frase que repetía mucho la que fue la institutriz inglesa de Selene. Joseph recordó que hacía tiempo que no le escribía.
-Sir Joseph Dashwood es un hombre muy comprensivo-le contó Sarah a su hermana mayor-Hemos estado dando un paseo. Y también hemos estado hablando largo y tendido. Ha sabido entenderme.
-¡Me alegro mucho de oírte decir eso, mi querida Sarah!-se alegró Brighid-¿Ves cómo he acertado? Sir Joseph Dashwood es el hombre más indicado para ti. Estoy segura de que vas a ser muy feliz a su lado. ¡Ya lo verás!
-Pero...
                           Joseph decidió que no era el momento idóneo para que Sarah hablara de ciertas cosas delante de su hermana mayor. Eso correspondía a la intimidad de ambas.
-Celebro mucho verla, señorita Farrell-le dijo a Brighid.
                          Le cogió la mano y se la besó con cortesía.



-Ha llegado el momento de irnos-intervino Sarah.
                      Joseph hizo una reverencia. Sarah y Brighid le devolvieron la reverencia.
                      Las dos hermanas se alejaron de su lado. Brighid fulminó a Sarah con la mirada.
-Se te veía muy aburrida-observó Brighid-¿Acaso te has vuelto loca?
-Lo que estaba era aburrida, como tú bien dices-contestó Sarah-No veo nada malo en no disimularlo.
-Sarah, se trata de uno de los mejores partidos de toda Irlanda. No lo rechaces. ¡Es tu oportunidad!
-¡Pero no le amo!
                          Brighid elevó la vista al cielo. ¡Era tan difícil hacer entrar en razón a Sarah!
                          En aquel momento, Sarah giró la cabeza. Se percató de que Joseph las estaba mirando. En realidad, no la estaba mirando a ella. Estaba mirando a Brighid.

martes, 24 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "UN AMOR PROHIBIDO"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este fragmento de mi novela Un amor prohibido. 
El hilo principal de esta novela son dos historias de amor, aunque una tiene más peso que la otra.
Cuenta cómo el matrimonio entre Sarah Farrell y Sean O' Hara se desmorona por culpa de él y de sus acciones. El amor que Sarah le profesaba a su marido muere por culpa de éste y se siente más sola que nunca en un pueblo perdido en la nada, lejos de su casa. Sus creencias religiosas y los tres hijos habidos en común durante su matrimonio la obligan a permanecer al lado de un marido al que no ama.
Dillon, el hijo mayor de la pareja, un joven serio, pero, al mismo tiempo, impulsivo, se enamora de lady Catherine Osborne, hija del arruinado duque de Weeler, que ha llegado a San Ezequiel, el pueblo donde transcurre la historia, huyendo de sus acreedores. Un amor que es correspondido. Esta relación se mantiene en el más absoluto secreto, ya que el padre de Catherine aspira a casarla con algún caballero adinerado. Paralelamente, Sarah halla el verdadero amor en Ojos de Halcón, un apuesto jefe comanche que se enamora sinceramente de ella.
En este fragmento, asistimos a una conversación entre Catherine y su prima Theola sobre Dillon.

                         Catherine trató de concentrarse en el pañuelo que estaba bordando. Se encontraba sentada en una silla del salón. Su prima Theola se estaba aburriendo de manera casi mortal. Trató de disimular un bostezo. Había empezado a llover.
                         Theola se sentía frustrada porque no podría salir a dar un paseo a caballo.
                         Catherine no podía centrarse en su bordado. Las iniciales de su nombre le estaban saliendo torcidas.
                           Notaba que le temblaba el pulso. Aquel domingo, había acudido a la Iglesia en compañía de sus padres y de Theola. La familia Osborne siempre ocupaba el primer banco de la Iglesia. En cambio, los O' Hara solían sentarse en uno de los últimos bancos. En un momento dado, la mirada de Catherine se había cruzado con la mirada de Dillon.
                           Catherine había notado cómo Dillon la miraba con intensidad durante el tiempo que duró la Misa. Se atrevió a ir a darle la paz y le dio un beso en la mejilla.
                           Pero su corazón no dejaba de latir a toda velocidad. Sus manos le temblaban de manera violenta. Y, por suerte, sus padres no se encontraban en el salón para darse cuenta de que le pasaba algo. En cambio, sí estaba Theola. Y su prima no era tonta.
                           Theola dejó de pasear de un lado a otro. Un trueno retumbó en todo el salón. Las dos chicas se santiguaron. Entonces, Theola se encaró con Catherine.
-¿Me vas a contar lo que te pasa de una vez o lo tendré que adivinar?-le espetó.
                            Las mejillas de Catherine se encendieron. La joven dejó de bordar. Llevaba puesto un dedal en su dedo índice. Sin embargo, la aguja no dejaba de movérsele de un sitio a otro.
                            Se había pinchado en los otros dedos.
-Dillon O' Hara estaba esta mañana en la Iglesia-contestó Catherine-Y no dejaba de mirarme. Yo sentía cómo sus ojos estaban clavados en mí.
-Lo habrás imaginado-sugirió Theola.
                          Pero Catherine sabía que lo que había ocurrido en la Iglesia no había sido fruto de su imaginación.
-No te voy a mentir, prima-admitió la chica-Me gusta mucho Dillon.
                          Theola sintió cómo un latigazo cruzaba su pecho. Trató de disimular.
                          Le dijo a Catherine que su padre se opondría a aquella relación. Además, Dillon y ella eran muy diferentes. De iniciar una relación, ésta acabaría antes de empezar.
-En el fondo, no somos tan distintos-replicó Catherine.
-Él fue a la escuela de este pueblo-le recordó Theola-Y a ti te educó una institutriz.
-Ahora, voy a la escuela del pueblo. Vamos a la escuela del pueblo. Ya no soy una dama.
-Pero tío Edward podría regresar algún día a Inglaterra. Y querrá presentarte en sociedad, como es su deber.
                           Catherine guardó silencio. Pensó que su padre no querría regresar nunca a Inglaterra. Lo último que lord Edward quería era terminar en Newgate de nuevo. Pero la culpa de su ruina no la tenía él. La tenía su contable.
-¿Y si nos quedáramos aquí para siempre?-le preguntó a Theola.
-No creo que seas feliz en un pueblo como San Ezequiel-respondió su prima-Es muy distinto a lo que has conocido. Y...
-¡Pero me gusta vivir aquí, prima! Soy muy feliz viviendo en San Ezequiel. La gente es de otra manera. Es más honesta.
                          Theola se apartó un mechón de cabello castaño que se le vino a la mente. No podía demostrarle a su prima lo que realmente sentía. Estaba celosa. Sentía celos de Catherine.
                          La chica creía que Theola la entendía. Después de todo, desde que llegó a su casa, Theola había sido como una hermana menor para ella. No existían secretos entre ambas.
                          Por eso, se sentía capaz de sincerarse con ella. Theola nunca se iría de la lengua con sus padres.
                          Catherine sentía algo muy fuerte por Dillon. Era un sentimiento muy poderoso. Y aquel sentimiento la asustaba. No sabía qué era.
-Tendría que hablar con Dillon-opinó la muchacha-Averiguar lo que siente por mí.
-¿Y si no te corresponde?-le preguntó Theola-A lo mejor, no eres la clase de mujer que busca Dillon. Puede que busque otra chica. No sé. Alguien que sea más parecida a él. Que le gusten los caballos.
-Es cierto que no me gusta montar a caballo. ¡Pero tú eres una experta amazona!
                          Theola apartó la vista de Catherine.
                          No podía mentirle a su prima. No podía seguir negándose así misma la clase de sentimientos que Dillon O' Hara despertaba en ella. Pero, por encima de todo, estaba Catherine. Su lealtad hacia su prima...Esbozó una sonrisa.
                          Después de todo, Catherine siempre la estaba cuidando. Siempre la estaba protegiendo.
-Te aconsejo que hables con él-le sugirió finalmente-Saldrás de dudas.

                  

-Tienes razón-sonrió Catherine-¡Oh, Theola! Eres tan buena conmigo. ¡No sé lo que haría sin ti!
-Me estás ayudando mucho. Sigo siendo igual de bruta que cuando llegué.
-¡No digas eso! Eres toda una señorita. Me temo que el romanticismo no está hecho para las señoritas de buena cuna.
-Lo sé, Cathy. El problema es que nosotras dos somos lo que somos. Un par de románticas incurables...
                     Los ojos de Theola se llenaron de lágrimas. Luchó por no echarse a llorar. No se acostumbraba a vivir con sus tíos. El chico del que se había enamorado no sólo no le correspondía. Es que, además, se había enamorado de su prima. De Catherine...
                      Era demasiado humillante para Theola. Vivir en aquella casa era demasiado humillante.
                      Mi padre no debería de haber muerto, pensó la chica con rabia.
-¡Oh, Theo!-exclamó Catherine-¡Estás llorando! ¿Qué te pasa? ¿He dicho algo que te haya molestado?
-No es nada-mintió Theola-De verdad...Me alegro mucho por ti. Y él podría sentir algo por ti. Me refiero a Dillon.
-¿Tú crees?
-Sí...Creo que sí.

domingo, 22 de junio de 2014

EL PROMETIDO

Hola a todos.
Aquí os dejo con la segunda parte de mi relato El prometido. 
Espero que os guste.
Vamos a ver cómo sigue la relación entre Joseph y Brighid.

                             Pasaron otras dos semanas.
                             El señor Dashwood se llevó una sorpresa cuando Joseph entró en su despacho. Le comentó su intención de casarse con Brighid y de llevársela con él. Sir Alistair se quedó sin habla. Pensó que Joseph le estaba gastando una broma.
-Le aseguro que estoy hablando completamente en serio-afirmó Joseph de manera rotunda.
                            Sir Alistair no había imaginado que Joseph podría estar interesado en Brighid. Creía que acabaría fijándose en Sarah.
                            A la noche siguiente, Sarah acudió a la habitación de Brighid para hablar con ella. Era una costumbre que tenía desde que eran pequeñas. Encontró a su hermana mayor ya acostada en la cama.
-¿Crees que sir Joseph está realmente enamorado de ti?-le preguntó Sarah-¿Piensas que se va a casar contigo?
                           Me besa con pasión, pensó Brighid con regocijo.
-Yo creo que está enamorado de mí-respondió la joven.
-Tiene que hablar antes con padre-le recordó Sarah.
-Me parece que ya ha hablado con padre.
-Entonces, padre ha debido de entregarle tu mano en matrimonio. Te casarás con él y acabarás marchándote de aquí. Lo triste es que podría no volver a verte nunca más.
-Hasta donde yo sé, la familia Dashwood vive en Achill. Sólo estaríamos separadas por unos cuantos kilómetros.
                         Pero él podría llevarte consigo a La India, pensó Sarah con angustia.
-Sir Joseph vive en Dooega-prosigiuó Brighid-No está lejos de aquí. Siempre que quieras, podrás venir a vernos a Dooega. Y nosotros también vendremos a verte con mucha frecuencia, Sarah.
                           La aludida tenía los ojos llenos de lágrimas.
                           Abrazó con cariño a Brighid. La había visto florecer en aquellos días.
                           Se había dado cuenta de que Brighid brillaba cuando se encontraba con Joseph. Había una intensa luz en sus ojos que era difícil de disimular.
                           Sarah poseía el cabello de color caoba brillante. Pero sus ojos eran del mismo color azul cielo que los ojos de Brighid.
                           La joven estaba preocupada. De pronto, Brighid se casaba.
                           Semanas después...
                           Brighid estaba haciendo las maletas en su habitación. Dobló una falda y la metió dentro de la maleta. Sarah entro en la habitación. Las dos hermanas se fundieron en un fuerte abrazo.
                           Al cabo de unos días, Brighid se convertía en lady Brighid Dashwood. La joven se subía al carruaje de su familia política y emprendía junto con su recién estrenado marido el viaje hasta Dooega. Lo más duro de su inicio como mujer casada fue el tener que despedirse de Sarah y de sus padres, a los que prometió escribir y visitar con frecuencia. El viaje que les esperaba a Brighid y a Joseph no era muy largo, pero sí con muchos nervios. Joseph se desvivía por Brighid.
                        El joven estaba completamente volcado en ella. En su mente, procuraba no compararla con Chandra. Brighid se había adueñado por completo de su corazón. Le agradecía a Dios el haberle enviado a aquella joven.
                     


-Todo irá bien-le aseguró Joseph durante el trayecto-Mis padres te van a adorar.
-Tengo miedo de que me odien-se sinceró Brighid-No me conocen de nada.
-A mí me basta con saber que estás conmigo. Y que te amo con todo mi ser.
                     La noche de bodas se había pospuesto.
                     No consumaron su matrimonio cuando se casaron. En un primer momento, Brighid lo agradeció.
                    Sin embargo, la primera noche de su viaje, decidió que había esperado suficiente.
                    Vestida tan sólo con su camisón de dormir de color rosa, acudió a la habitación donde pasaría la noche Joseph. Él quería respetarla y, por eso, habían pedido habitaciones separadas. Se llevó una grata sorpresa cuando su mujer entró decidida en su habitación.
-Soy tu esposa-dijo Brighid cerrando la puerta.
                   Con Chandra, Joseph se había mostrado tierno y protector. Con Brighid, se mostró apasionado y fogoso. La llevó hasta la cama. Él estaba completamente desnudo.
                    Besó muchas veces a Brighid en los labios. Ella le devolvió cada uno de los besos que él le dio. No sintió miedo alguno. Las caricias que le brindaron las manos y los labios de su marido en su piel la transportaron a un mundo que no conocía. Se entregó a él libremente y disfrutó sintiéndose suya. Y sintiendo que él era suyo.
                    Durante el trayecto hasta Dooega, Brighid trató de calmar sus nervios.
                   Joseph le describió la inmensa casa donde vivía la familia Dashwood desde hacía tres siglos. Ella viviría en aquel lugar. Sería la señora de la casa.
                   Joseph había sido educado para hacerse cargo de la casa de su familia. Para ocuparse de las tierras de su padre. Sin embargo, su sueño era viajar y, movido por aquel sueño, se instaló en Calcuta durante tres años.
                    Fue allí donde conoció a su primera esposa.
                    Chandra era una joven de carácter tímido y dócil. Nunca discutieron durante los dos años que estuvieron casados. Joseph había amado sinceramente a aquella joven de un modo dulce. No tenía nada que ver con la pasión que Brighid despertaba en él.
                     Tiempo atrás, la noticia de su boda con una joven hindú llegó hasta Dooega. Sus padres se enfadaron muchísimo con él cuando se enteraron. Su padre amenazó con repudiarle en público. Sin embargo, Chandra y Joseph se habían casado por la Iglesia. El padre del joven poco podía hacer. Tan sólo podía quejarse. Su madre encadenó sucesivos ataques de nervios. Para cuando acabaron de asimilar la situación, les llegó la triste noticia de que su nuera había muerto. Y que Joseph regresaba a Dooega.
                    Pero la tensión en su casa seguía siendo palpable y Joseph tenía miedo por su esposa. Sus padres no eran malos. Pero podían desquitarse con ella. Y eso sí que no lo iba a consentir.

sábado, 21 de junio de 2014

EL PROMETIDO

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este cuento, dividido en varias partes. 
Es una visión más resumida de la historia de amor entre Brighid Farrell y Joseph Dashwood (sí, le he cambiado el nombre porque Seosam me parecía bastante rebuscado. Y me he decantado porque se apellidará Dashwood. Es más fácil de recordar y es más bonito). 
Seguimos en la hermosa isla irlandesa de Achill, lugar donde transcurre la novela Historia de dos hermanas. 

DOOAGH, ISLA DE ACHILL, 1819

-¡Te vas a casar!-exclamó Sarah Farrell-¡Padre ha debido de volverse loco! Ese hombre...
-No digas nada en contra de él-le ordenó la nerviosa Brighid-¡Te lo prohíbo! 
-Casi no le conoces. Lleva muy poco tiempo conviviendo bajo nuestro mismo techo. ¡Y dices haberte enamorado de él! A veces, pienso que estás más loca que yo. 
-¡No digas eso! 
                         Brighid Farrell y su hermana menor, Sarah, estaban encerradas en la habitación de Sarah. La joven no paraba de caminar de un lado a otro. Brighid, sentada en la cama, la miraba. 
-¡Es una locura!-afirmó Sarah. 
-Me he enamorado de él-se sinceró Brighid-Y deseo ser su esposa. 
-¿Lo has pensado bien? Ese hombre desea viajar a La India. Vive en otra parte. A ti no te gusta viajar. 
-Pero no podría vivir sin él. 
-Se supone que yo soy la romántica de las dos. 
                        Sarah se detuvo y se echó a llorar. Brighid se puso de pie. Se acercó a su hermana menor y la abrazó con cariño. 
                         La noticia de que la joven iba a casarse con el apuesto sir Joseph Dashwood corrió como la pólvora por toda la isla. Lo cierto era que Brighid se había convertido en una joven muy envidiada por todas las señoritas en edad casadera que vivían en la isla de Achill. 
                        Sir Joseph Dashwood era rico. Era valiente. Era fuerte. Encarnaba el ideal romántico de cualquier jovencita. En un primer momento, Brighid pensó que podría enamorarse de Sarah. Su hermana era un torbellino de energía. Pero Joseph quedó prendado de ella. 
                        Sir Alistair Farrell, padre de Brighid y de Sarah, había iniciado una relación de amistad con sir Joseph. Le caía bien aquel joven que hablaba de abrir su propia compañía de importación y de exportación en La India. Un día, decidió invitarle a pasar unos días en su casa, situada en las afueras del pueblo de Dooagh. Hasta la llegada de Joseph, las vidas de Sarah y de Brighid habían transcurrido de manera tranquila. Las dos hermanas, pese a ser tan diferentes como la noche y el día, se llevaban muy bien. La llegada de aquel invitado les causó una grata impresión. Se esforzaron en ser corteses y amables con él. Joseph hablaba de viajar a La India, país en el que había estado viviendo más de tres años. Los ojos de Sarah se abrían como platos, ya que su mayor sueño había sido viajar por todo el mundo. 
                         Sin embargo, Sarah no llegó a enamorarse de Joseph. Le parecía menos osado que los galanes que poblaban las novelas románticas que ella leía sin cesar. 
                        Pasaron dos semanas desde que Joseph se instaló en la casa de los Farrell. Le gustaba dar largos paseos por la falda de la montaña Croghaun. Sarah y Brighid le acompañaban en aquellos paseos. Brighid era más callada. 
                        Se daba cuenta de que Joseph se encontraba en la plenitud de la vida. Era fuerte. Le gustaba montar a caballo y salía con Sarah y con la doncella que la joven compartía con Brighid a pasear a caballo. Le gustaba practicar esgrima con sir Alistair. A éste también le habría agradado ver a Joseph casado con Sarah. 
                      Sin embargo, Joseph, en lugar de enamorarse de Sarah, se quedó prendado de Brighid. 
                      Sir Alistair le presentó a sus hijas en cuanto llegó a su casa. Desde el primer momento en que vio a Brighid, Joseph sólo tuvo ojos para ella. Ella le saludó con una graciosa y elegante reverencia. 
                      Joseph la veía cuando estaba centrada en su labor de bordado, con los mechones de pelo que se le escapaban de su moño yéndose hacia su cara. Incluso, encontraba adorable la forma en la que Brighid se apartaba el pelo de la cara. Su cabello era de color rubio muy claro. Sus ojos eran de color azul cielo y tenían la mirada más dulce que Joseph jamás había visto. Y la sonrisa de Brighid era cautivadora. No se parecía en nada a una joven ni irlandesa ni inglesa ni hindú. Era ella misma. 
                     A medida que iban pasando los días, el interés de Joseph por Brighid iba en aumento. A través de los paseos que daba a caballo en compañía de Sarah, pudo sonsacarle a ésta más información acerca de su hermana mayor. Joseph se sentaba al lado de Brighid en el sofá, cuando entraba en el salón. Se sentaba a su lado a la mesa a la hora de cenar. Admiraba el mantel que Brighid estaba bordando con punto de cruz. Incluso, se animaba a ayudarla a enrollar un ovillo de lana. Varias veces, y acompañados por la doncella que Brighid y Sarah compartían, dieron paseos por la playa. 
-No me imagino viviendo lejos de Dooagh-le confesó Brighid durante uno de aquellos paseos-Las aguas de su playa son más azules. Y no existe montaña alguna como Croghaun. Es inmensa. 
                         Joseph había visto el Himalaya. Le aseguró a una asombrada Brighid que el Himalaya era la montaña más alta del mundo. Que debería de verla con sus propios ojos. Brighid se echó a reír. 
-No creo que eso pase nunca-afirmó la joven. 
-Nunca ha salido de este pueblo-observó Joseph. 
-He estado en Dublín para mi puesta de largo. 
-Usted debe de viajar. Tiene derecho a ver mundo, señorita Farrell. Hay miles de lugares que están esperando que usted los vea. Que los descubra. 
                          Sir Alistair y su esposa Lilly estaban preocupados por el futuro de sus dos hijas. Brighid no había tenido mucho éxito en su puesta de largo. Estaba a punto de cumplir veintiún años. En cambio, Sarah tenía diecisiete años. Había regresado de su primera temporada en Dublín. Sarah había causado sensación gracias a su deslumbrante belleza. Había recibido la friolera de veinte ofertas de matrimonio. 
                         Para horror de su madre, Sarah había rechazado todas las ofertas de matrimonio. 
                         De regreso a Dooagh en un carruaje que alquiló sir Alistair, algo insólito, Lilly estaba enfadada con su hija. 
-Has cometido un terrible error-le reprochó. 
-Si me caso algún día, quiero que sea por amor, madre-afirmó Sarah. 
-El amor viene con el paso del tiempo, hija. Cuando vayas a Dublín por tu segunda temporada en sociedad, no te querrá ningún caballero decente. Habrá pasado tu tiempo. 
-Entonces, podré dedicarme a la búsqueda de mi verdadero amor, madre. 
                          En un primer momento, Joseph había querido quedarse durante dos semanas en la casa de los Farrell. 
                          Habían pasado las dos semanas. 
                          Joseph no quería marcharse de allí. 
                          El joven estaba decidido a pedirle a sir Alistair la mano de su hija mayor, ya que había llegado a la conclusión de que su vida no tenía sentido si no tenía a la dulce y delicada Brighid a su lado. Y aquel sentimiento se estaba tornando mutuo. 
                         Sarah no se daba cuenta de lo que estaba pasando. Creía que Brighid tenía un pretendiente. Pero ignoraba las intenciones reales de éste. 


                          Brighid tenía la sensación de estar flotando en una nube.
                          Antes, no entendía el porqué Sarah leía aquellas novelas románticas. De pronto, pareció entender mejor a su hermana menor.
                            Joseph le dedicaba toda clase de halagos y Brighid no entendía el porqué había despertado el interés de aquel apuesto joven de cabello de color castaño. En comparación con la hermosa Sarah, Brighid era sosa. No era fea, pero no podía brillar al lado de Sarah.
                           Estaba convencida de que Joseph era un hombre que había visto mucho mundo. Supo que había estado casado durante su estancia en Calcuta con una joven hindú llamada Chandra, muy bella, que se había enamorado de su sonrisa pícara y de sus ojos de color gris. Supo, a través de Joseph, que Chandra había muerto.
                          Joseph no se había sentido preparado para volver a enamorarse. Tenía la sensación de que su corazón había sido devorado por las mismas llamas con las que fue devorado el cadáver de Chandra.
                          Su esposa siempre había gozado de una salud fuerte. Un carruaje que pasaba por la calle la atropelló. Transportaba a un lord inglés que venía de una gran juerga que había durado días. Era cerca del mediodía. Chandra venía de visitar a sus hermanas. El carruaje no la esquivó y la arrolló.
                         De pronto, el corazón de Joseph volvía a latir al contemplar el rostro radiante de Brighid cuando estaban en el salón. De algún modo, aquella joven le recordaba en su sencillez a Chandra. Pero también era el polo opuesto a su difunta esposa.
                          Brighid estaba sintiendo algo por Joseph que era muy poderoso. No lo había experimentado nunca antes. Sabía que existía porque Sarah le leía en voz alta aquellas novelas románticas que tanto le entusiasmaban. Brighid se dejó robar unos cuantos besos por Joseph en el jardín de su casa. Detrás de uno de los árboles que crecían en el centro del jardín.
                         Y, entonces, supo que, sin lugar a dudas, estaba enamorada de él. 

viernes, 20 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "ME OLVIDÉ DE OLVIDARTE"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este fragmento de mi novela Me olvidé de olvidarte. 
En esta ocasión, veremos cómo Catherine acepta la oferta de matrimonio que le hace lord Alexander Bentley.
El problema es que Catherine, obviamente, no siente nada por lord Alexander.

                                Lord Alexander fue a visitarla de nuevo al cabo de dos días.
                               Estaba muy nervioso. Catherine era la mujer que él quería como esposa.
                               Podía ocuparse de los niños.
                               En el fondo, eran adorables. Visitar a Catherine era como observar un cuadro encantador. Los niños jugaban. Catherine jugaba también con ellos. Les oía reír. Les oía, incluso, cantar.
-Me alegro mucho de verle-le dijo Catherine en cuanto le vio entrar en el salón-Hay una cosa de la que me gustaría hablar con usted.
-Es usted bastante directa, lady Catherine-sonrió lord Alexander.
-He estado pensando en su oferta de matrimonio, milord. Y quiero decirle que acepto. Quiero casarme con usted.
-¿Está hablando en serio? ¿Me está diciendo que quiere ser mi esposa?
                                   Catherine escuchó las risas de los niños. Estaban jugando en el jardín.
                                  Había visto a Susie subiéndose a un árbol. A Alan corriendo detrás de James. A Ellie jugando a las muñecas con Damien.
-Quiero ser su esposa-contestó Catherine.
                                   Intentaba hablar con sinceridad. Puso una nota de firmeza a su voz.
                                  Una sonrisa iluminó el rostro apuesto de lord Alexander. Cogió la mano de Catherine y se la besó con fervor.
                                  Le dijo que pensaba adoptar a los niños. Que iban a vivir todos juntos y felices. Viajarían muchas veces a Londres. A los pequeños les gustaría estar en Londres.
-Y tendremos nuestros propios hijos-le aseguró.
                                  Un nudo se formó en la garganta de Catherine. No se veía así misma teniendo hijos con lord Alexander. No se veía así misma compartiendo cama con él. Recibiendo sus besos. Entre los brazos de él...
                                Se dio cuenta de que estaba sonriendo. Su sonrisa era tan falsa que estaba empezando a dolerle la cara. Sin embargo, lord Alexander no se dio cuenta. O fingió no darse cuenta de nada.
                               Abrazó con fuerza a Catherine. Llenó de besos su cara. La joven pensó en los niños.
-Tenemos que contárselo a los niños-dijo Catherine-Lo tienen que saber.
-¡Por supuesto!-exclamó lord Alexander.
-Hemos de fijar una fecha para la boda. Yo todavía no tengo un vestido de novia. Y hablar con el párroco. Y...
-Todo eso lo haremos.
-Sí...
                                  Lord Alexander besó con entusiasmo a Catherine en los labios. Ella trataba de convencerse así misma de que estaba haciendo lo correcto.

jueves, 19 de junio de 2014

NO PUEDO DAR MARCHA ATRÁS

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este relato.
Transcurre en los años sesenta y cuenta la historia de Denise, una joven que ha cometido un error. Es un relato de corte más bien sentimental.
Espero que os guste.

               ¿Qué he hecho, Dios mío?, se preguntaba una y otra vez Denise. Tenía la sensación de que estaban ocurriendo los mismos sucesos que tuvieron meses atrás. Se había despertado con una sensación de angustia que le oprimía el pecho. Era la segunda vez que alguien le pedía matrimonio en lo que iba de año. Y tenía ganas de salir corriendo.
            Iba a casarse con Jack Graham. La primera vez que lo vio, pensó que era el sueño de cualquier mujer. Era el hombre más apuesto y más seductor que jamás había conocido. Pero, al mismo tiempo, sabía que era un hombre prepotente que no veía más allá de sus narices. Sólo se quería así mismo. Denise intuía que, dado que a Jack le gustaban mucho las mujeres, ella no tardaría en lucir una bonita cornamenta. Aún así, se iba a casar con él.
            No podía creerse que meses antes hubiese tirado por la borda una magnífica carrera en un bufete de abogados. Me habrían echado antes o después, pensaba Denise. Era una forma tonta que tenía de consolarse. La tonta había sido ella. Jack no quería que ella trabajara. La quería tener en casita. Y criando niños. Muchos niños.
            Cuando vivía en Los Ángeles, Denise había pensado que era infeliz con la vida que llevaba. Ahora, se sentía más desdichada que nunca. Se había dejado engatusar por el enorme atractivo físico de Jack y se había portado como algo que no era. Un ser superficial. El físico no lo era todo en esta vida, pensó. Un hombre musculoso no era el amor de tu vida, pensaba. Se acordó de Matt…Su novio…
            Aquel joven sí la había querido de verdad.
            Había respetado su carácter independiente y la dejaba libre porque amar a alguien no significaba atarle.
            Mi problema es que soy una inmadura, pensó Denise. Se levantó de la cama. Había estado acostada hasta aquel momento.
            Comenzó a pasearse de un lado a otro de la habitación.
            Pensó en poner la televisión. ¿Qué hora era? Últimamente, no conseguía dormir de un tirón toda la noche. No hacía otra cosa más que pensar. Estaba estancada. No sabía qué hacer con su vida.
            Sólo sabía dar palos de ciego.
            La noche antes, había salido con Jack a dar un paseo a pie.
            Él había estado tonteando con otra chica. Ella le había visto.
            ¿Cómo he podido ser tan estúpida?, pensaba Denise. Miró su flamante nuevo anillo de compromiso. De nada servía sentirse culpable. Ella…Había dicho sí…¡Y casi no le conocía!
            Le gusto a todas las mujeres, solía decirle Jack. Y yo admiro la belleza de una mujer, Denise. No puedo renunciar a las mujeres sólo porque esté contigo. Me gustas mucho, no te lo voy a negar. Pero yo soy un hombre libre. No trates de controlarme o me perderás. Te lo advierto.
            ¡Pero sí me puedes controlar tú a mí!, pensó Denise con rabia. Gruñó con fuerza. Tenía ganas de coger el teléfono. Podría llamar a su amiga Dana. Ella la entendería. Pero Dana no tendría muchas ganas de hablar con ella. Se había quedado viuda unos meses antes, justo después de la huida de Denise de Los Ángeles. Hasta entonces, Dana había estado viviendo en Montana, de donde era oriundo su marido. Había aprendido a llevar un rancho y se preparaba para llevar una vida feliz. Pero todo cambió.
            Descolgó el teléfono.
            Llamó a Dana.
-Sí…-susurró una voz femenina al otro lado del hilo telefónico.
-¿Dana?-inquirió Denise-Soy yo. Denise.
-¿Por qué me llamas?
-Te llamo para decirte que me voy a casar.
-¿Has vuelto con Matt?
-No. Me voy a casar con Jack. Ya sabes…Aquel apuesto vaquero del que te hablé.
-No te cases con un vaquero. Mira lo que me pasó a mí. No tengo marido…No tengo rancho…No tengo hijos…Los vaqueros son unos cerdos…
-Dana, por favor, no generalices. Jack no se parece en nada a tu marido. Son muy distintos.
-Los dos eran hombres. Los dos eran vaqueros. Los dos eran unos cerdos. No conozco a Jack. Pero te aseguro que no es tan distinto de mi marido. Me prometió la Luna ese desgraciado. ¿Sabes lo que me ha dejado a su muerte? ¡Deudas!
-Lo siento mucho.
-Hazme un favor, Denise. Coge el primer avión que te lleve de vuelta a Los Ángeles. No te cases con ese tal Jack. Sospecho que te va a hacer muy desgraciada.
            Dana colgó el teléfono con rabia. Denise bufó. Últimamente, no podía hablar con la que era su mejor amiga desde la infancia. Dana se había convertido en una mujer amargada e irascible. Casi no la reconocía.
            Se sentó en el suelo. Se quedó mirando al vacío.
            Recordó el instante en el que se prometió con Jack.
            La mano de él acarició suavemente su cuello cuando la llevó de vuelta a la pensión en la que ella se hospedaba.
            Él se había reído cuando ella le dijo que no le gustaba que tonteara con otras mujeres. Aquella estúpida risa era una señal clara de que él no iba a cambiar. Miró el anillo de compromiso que estaba en su dedo. Luego, recordó cómo se dejó embaucar. Los potentes músculos de su torso…Sus muslos musculosos…Sus brazos musculosos…
            ¡Soy una cría!, pensó Denise.
-Yo quiero un hombre que me quiera-había afirmado la noche antes-Quiero que me ames. Estoy cansada de sufrir un desengaño amoroso tras otro. Si piensas que no puedes estar conmigo, entonces, acabemos con esto de una vez por todas. Yo seguiré con mi vida y tú seguirás con tu vida. No nos volveremos a ver. Pero si piensas que lo nuestro tiene futuro, demuéstramelo. Necesito estabilidad. Ha llegado el momento en el que tengo que asentarme. Yo he roto con mi antigua vida buscando la felicidad más completa. Creo que la puedo encontrar aquí…Que la puedo encontrar a tu lado, Jack. Pero quiero que me lo demuestres.
            Él se llevó la mano a su bolsillo. Sacó una cajita. Del interior de la cajita sacó un anillo de diamantes.
            Cogió la mano de Denise. Introdujo el anillo en su dedo anular. Ella se lo quedó mirando con expresión atónita. Jack besó la mano de Denise. No hubo una declaración de amor romántica, como la que le había hecho Matt meses atrás. Jack no se puso de rodillas. Había sido una pedida muy sosa, admitió Denise. Pero, en aquellos momentos, su sentido común desapareció. Apareció la Denise superficial que había creído que un rostro de facciones duras, una mirada fría y un cuerpo musculoso eran suficientes como para iniciar una nueva vida.
            Y ella odiaba a aquella Denise inmadura.
            Cada vez que sentía la mano de Jack acariciando su brazo, ella perdía por completo la razón. Jack le besó el dorso de la mano.
            Soplaba una suave brisa que azotó las piernas de Denise.
            Ella había perdido contacto con la realidad. Estaba pendiente de los dedos de Jack, que estaban frotando sus brazos en aquellos momentos. Él jamás la había mirado con dulzura, pensó Denise, pero ella había deseado creer que Jack la amaba. Necesitaba ser amada después de cómo había huido de Los Ángeles dejando a Matt.
-No soy un hombre que se ate a una mujer, pero voy a hacer una excepción contigo-afirmó Jack-Casémonos. Vamos a probar qué tal es la vida conyugal y si podemos ser felices.
            Eso fue todo.
-Me gustas mucho, Denise, pero eres una mujer complicada que lo quiere todo o no le sirve de nada-prosiguió Jack-Soy un espíritu libre. Intentas atarme, pero no lo consigues. Necesitas estabilidad. Quizás yo no sea el hombre adecuado para ti, pero me gustas tanto que quiero intentarlo. Quiero saber cómo es una relación monógama.
-¿Estás hablando en serio, Jack?-se asombró Denise-¿De verdad quieres que nos casemos?
            Jack no había sido nada romántico.
            Pero ella escuchó lo que quiso escuchar. Abrazó a Jack. Se besaron en los labios. Había aceptado probar cómo es el matrimonio y una relación monógama. Fue una pedida muy fría. Sin romanticismo.
            ¿Por qué tuve que decir ?, se preguntó Denise así misma. Pudo haberle respondido que no…Haberle mandado a la porra…
            Pero había mandado a la porra a un chico maravilloso.
            Y había terminado en los brazos de un completo imbécil. Me lo merezco, pensó Denise. Me merezco lo que me está pasando.
            Había renunciado a muchas cosas sólo porque no sabía lo que quería, aunque sí sabía que no era esto lo que quería. Jack no la amaba. Y ella, a su vez, tampoco lo amaba.

            Salió a la calle. Necesitaba tomar el fresco. No se movería del portal. Después de todo, iba en camisón. Unas zapatillas de felpa cubrían sus pies. Llevaba encima la bata de casa. Entonces…Le vio…
            Estaba delante de ella. Denise creyó que se iba a desmayar. Pensó que le faltaba el aire. Era…¡Matt!
            El chico que tanto la había ayudado en el pasado…Su maravilloso novio…El hombre que había querido casarse con ella…Y ella…¡Le había abandonado!
            Pensó en meterse dentro del portal. Podía volver a su habitación. Después de todo, él no la había visto. Pero sus piernas se negaron a responderle. Se había quedado paralizada. Matt pasó de largo.
            Denise no sabía si echarse a reír o echarse a llorar. Matt la había ignorado.

            Le había visto otra vez. Denise estaba saliendo del supermercado en el que solía hacer la compra cuando vio cómo Matt se detenía a hablar con Derek, el dueño del bar. Derek había sido policía, pero un disparo le había hecho jubilarse antes de tiempo. Derek tenía un genio terrible desde que otro disparo acabó con la vida de Megan. Su novia.
            Denise pasó de largo. Pero no pudo evitar fijarse en que Matt seguía sin verla. Toda su atención estaba centrada en Derek. Oyó cómo el ex policía se reía. Jack aseguraba que Derek jamás se reía. Matt tenía el don de hacer la vida más feliz a todo aquel que le rodeaba. Por muy infeliz que se sintiera. Como era el caso de Derek.
            Denise oyó cómo Derek le decía algo a Matt. ¿Se estará refiriendo a mí?, pensó. Aceleró el paso. Apretó la bolsa de la compra contra sí. Matt seguía sin fijarse en ella.
-Vi morir a la mujer que más amaba en el mundo-le dijo Derek a Matt.
-Lo siento mucho-se lamentó el joven-Debió de ser terrible para usted.
-Llámame de tú. No soy tan viejo. Apenas te llevo unos años.
-Gracias.
-No puedo volver a amar. Siento como si…Me hubiesen arrancado una parte vital de mi cuerpo.
-Le entiendo. A mí me pasa lo mismo. Perdón…Te entiendo.
-Eso está mejor. Cogí las manos de mi Megan en el hospital. Ella se estaba yendo. Lo estaba viendo. No podía hacer nada para retenerla porque la bala de aquel miserable le perforó un pulmón. Le repetí una y otra vez lo mucho que la quería, pero pensé que era demasiado tarde. Me arrepentí de no habérselo dicho. Me odio desde aquel día. Pero tú eres joven, chico. Pienso que todavía estás a tiempo de encontrar a esa joven y de demostrarle lo mucho que la quieres. Dile que la quieres todos los días.

            Denise y Jack se encontraron en el bar que regentaba Derek. Se llamaba Megan en honor a su novia muerta. Se sentaron, tal y como tenían por costumbre, en una de las mesas que había en el fondo. Fue Megan la que pidió una cerveza fría y espumosa para Derek. Lo que ella quería era una Coca-cola fría. Derek tomó nota. Les sirvió al cabo de un rato. Denise se sintió incómoda. Derek no hacía otra cosa más que mirarla.
            Había puesto la juxe-box. Estaba sonando una canción de un grupo que estaba causando furor.
            Denise había visto la actuación de Los Beatles semanas antes en El show de Ed Sullivan.
            No entendía la reacción histérica de las chicas que habían acudido al plató. Nunca antes había escuchado tantos gritos.
            Sonrió para sus adentros. Bueno…Sí…Entendía el porqué de aquellos gritos… Tiempo atrás, ella y Dana fueron a un concierto de Elvis Presley. Dana era una fan devota del autoproclamado Rey del Rock. Ella y Denise se pasaron todo el concierto gritando como locas. Elvis seguía causando sensación. Pero Dana ya no le escuchaba. O quizás todavía lo escuchaba. Denise no estaba muy segura de ello. Hacía mucho que no veía a Dana. La echaba de menos.
            Denise se sobresaltó cuando sintió cómo Jack le acariciaba la mano con la yema de los dedos por encima de la mesa.
            En aquellos momentos, ella no estaba pensando en él.
            No sentía nada cuando él la tocaba.
            Había parejas que bailaban en la improvisada pista de baile. Eran parejas muy jóvenes. Recordó que a ella le gustaba bailar. Había bailado al son de La Bamba con Matt. Pero a Jack no le gustaba bailar. Al poco de llegar Denise a Houston, en Dallas un tiro acabó con la vida del Presidente Kennedy. Denise estuvo llorando durante días. Incluso Derek también lloró cuando vio cómo moría el Presidente. Le había votado porque era un firme demócrata. Le apoyó cuando intentó invadir Cuba. Y quiso verle cuando viajó a Dallas. Fue como ver morir otra vez a Megan. Así lo describió. Pero Jack se burló de él. No era capaz de llorar por su Presidente asesinado.
            Jack le confesó a Denise  que se alegraba de la muerte de Kennedy. Él había votado a Richard Nixon.
            Denise recordó que jamás había visto a Jack sonreír.
-Tienes que estar contenta porque hoy estoy contigo-le dijo Jack.
            Derek le había servido su jarra de cerveza. Le había servido a Denise su Coca-cola.
            La joven miró a su prometido con expresión atónita.
            Bebió un sorbo de su vaso de Coca-cola.
-Lo que yo espero es que nuestra relación vaya en serio-dijo Denise-Después de todo, nos vamos a casar. Aunque no hemos fijado la fecha para la boda.
-Me parece que tienes mucha prisa en casarte-sonrió Jack-Yo no tengo tanta prisa por unirme a ti en matrimonio. Somos todavía jóvenes, Denise. Nos divertimos mucho juntos. Todavía no nos hemos acostado juntos, cierto. En ese aspecto, eres muy antigua.
-Puedes llamarme como quieras. No quiero acostarme contigo hasta que no estemos casados. Puede que haya personas que practiquen eso que se llama amor libre. Pero yo no soy de esas personas. Me gusta pensar que el sexo es mucho más que pasar un buen rato. Además, no quiero quedarme embarazada de un hombre que no me va a responder como tal.
-¡Por el amor de Dios, Denise! ¡No seas ingenua! No puedes quedarte embarazada con los adelantos que hay hoy en día. Puedes tomar la píldora si eso te tranquiliza. Yo puedo ponerme un condón. Puedes usar el diafragma. Habla con tu ginecólogo. Creía que la gente que vivía en Los Ángeles era más liberal en sus relaciones sentimentales. Pero, si quieres esperar, que así sea. Esperaremos. Esperaré.
            Aún así, Denise pensó que Jack quería acostarse con ella a toda costa.
            Sólo soy una muesca más, pensó. Tendría que romper mi compromiso… Devolverle  el anillo…
            Pero se contuvo.
-Cuando nos casemos…-dudó Denise-No quieres que trabaje fuera de casa. Luego, tú también eres un antiguo. No pasa nada porque una mujer trabaje.
-La mujer tiene que estar en su hogar y cuidar de su marido y de sus hijos-afirmó Jack-No me fío nada de las mujeres que trabajan. Tienen fama de ser…Promiscuas…
-Hasta que me vine a vivir aquí estuve trabajando. Soy abogada y me gusta mi profesión. Y me considero una mujer decente. Como te he dicho, estoy en contra de las relaciones prematrimoniales. ¡Y me consideras antigua! Pero también piensas que soy promiscua. No te entiendo, Jack.
-Denise-la llamó Derek-¿Puedes acercarte? Tengo que hablar contigo.
            La aludida se puso de pie y se acercó a la barra. Agradeció que Derek la llamase. De seguir hablando con Jack, probablemente le habría tirado la Coca-cola a los ojos. Estaba furiosa con él. Pero también estaba furiosa consigo misma. No era capaz de romper con él. Y se odiaba así misma por eso.
            Me está bien empleado, pensó. Por comportarme igual que una cría.
-¿Qué ocurre, Derek?-le preguntó al dueño del bar.
-He visto a un amigo tuyo-respondió el aludido-Puedo decir que también es amigo mío. Es un chico muy agradable. Me ha caído simpático.
-¿Un amigo mío?-Denise se puso blanca como la cera. Un nombre acudió a su cabeza. Matt.
-Viene de Los Ángeles. Dice que es editor.
-¿No se llamará por casualidad Matthew?
-Así es. Pero sus amigos le llaman Matt. Dice que arde en deseos de verte.
-Gracias…Lo tendré en cuenta…

            Derek fue al cementerio. Llevaba un ramo de rosas amarillas, las flores favoritas de Megan. Se arrodilló delante de la tumba de la mujer que más había amado. Sus ojos se llenaron de lágrimas y no las reprimió. Había pasado toda su vida reprimiendo sus sentimientos por miedo a parecer débil. En aquel aspecto, se había parecido a Jack. Tuvo la sensación de que Megan estaba ahí. No podía verla, pero sentía su presencia.
-Derek…-le llamó una voz.
-Aquí estoy, Megan-contestó él-He venido a verte.
            Cerró los ojos. Sintió cómo las lágrimas corrían por sus mejillas. Un sollozo acudió a su garganta. Recordó todas las veces que él y Megan se habían besado. No reprimió aquel sollozo que pugnaba por salir de su garganta.
-No quiero que estés triste, Derek-le dijo Megan.
-Estoy triste porque no estás tú-contestó él-He perdido a la única mujer que he amado en toda mi vida.
-Pero la vida sigue, mi amor. Y necesitas seguir adelante.
-La gente que conozco parece que vive atascada en su propio dolor.
-Como esa joven…Denise…
            Derek tenía una hija pequeña, fruto de una relación fallida. La niña vivía con su madre.
            Derek no se atrevía a ir a visitar a su hija. ¿Qué le podía decir? Ella le vería llorar. Últimamente, se pasaba los días enteros llorando. Había abierto el bar porque no tenía trabajo. Le habían jubilado de manera anticipada de la policía. Y él era todavía un hombre joven. Necesitaba salir adelante. Pero no le apetecía trabajar. Se estaba hundiendo en la apatía. Y Megan lo sabía.
-Quiero que me hagas un favor-dijo Megan-Necesito que hables con esa joven…Con Denise…Jack es un buen hombre. Pero no es el hombre que ella necesita. Ella llegó a Houston en busca de respuestas.
-Yo no le puedo dar una respuesta-replicó Derek-No sé lo que está buscando esa chica. Es más. Yo también ando muy perdido.
-Pero la puedes orientar. Te has hecho amigo de su novio.
-Soy amigo de Jack.
-Me estoy refiriendo a su otro novio.
-¿Te refieres a Matt?
-A él.
-¿Y qué quieres que haga, Megan? Dímelo.
-Habla con Denise. Trata de abrirle los ojos.
-No querrá escucharme.
-Te escuchará. Ella anda muy perdida. Creyó que estaba haciendo lo correcto cuando se vino a vivir aquí. Se equivocó. No dejes que vuelva a equivocarse.

            Necesitaba estar sola.
            Pero había escogido el peor sitio del mundo para estar sola.
            Denise miraba a los niños que estaban jugando en el parque.
            Sonrió con nostalgia al recordar su infancia. Había tenido una infancia muy feliz, quizás un poco rota por la marcha de su padre al frente. Estuvo combatiendo en el Pacífico hasta el final de la guerra. Denise nunca entendió el porqué el Ejército de su país tuvo que lanzar una bomba sobre una ciudad japonesa sólo para que el Ejército nipón se rindiese.
            Sé comprensiva, Denise, le había dicho su padre. Lo hemos hecho en el nombre de la paz.
            ¿En el nombre de la paz?
            Denise no lo podía entender. ¿En qué país vivía?, se había preguntado. Niños inocentes…Mujeres…Hombres…Todos habían muerto sólo porque un soldado estadounidense había lanzado una bomba sobre su ciudad. Estados Unidos había ganado la guerra. Pero tenía las manos manchadas de sangre. De sangre inocente…Podía decirse que Denise estaba muy decepcionada con su país. Ahora, estaba sumido en otra guerra en Asia.
            Quería llevar la democracia a Vietnam…Matando vietnamitas…
            En aquel momento, Derek se sentó a su lado.
            Le había prometido a Megan que trataría de ayudar a Denise en la medida de lo posible, pero le parecía poco probable.
-Hola, Denise-la saludó-¿Puedo sentarme? Te he visto sola. Y he pensado que, a lo mejor, necesitas compañía.
-¡Claro!-contestó Denise-Puedes sentarte. Estamos en un país libre. O eso dice.
-No te hagas mala sangre, Denise. Estados Unidos es un gran país. Lo que pasa es que…Tiene sus defectos…Como todo el mundo.
-No creo que los negros piensen lo mismo. No pueden pisar un parque como éste sólo porque es para blancos. Es un gran país que, si sigue por ese camino, se va a quedar desierto.
-No he venido aquí para hablar de política…Aunque tengas razón…
            Derek se sentó en el banco en el que estaba sentada Denise y trató de reconducir la conversación. No quería hablar con ella de la lucha por los derechos sociales. Pero la muerte de Megan le había abierto los ojos a una realidad que desconocía.
-Jack se parece mucho a nuestro país-afirmó Derek-Es un buen hombre. El problema es que tiene muchos defectos. Cree que el mundo gira alrededor de él y eso no es cierto.
-Jack y yo nos vamos a casar-le comunicó Denise-Tú eres amigo suyo. Espero que te alegres por nosotros y que nos desees mucha felicidad. Yo…Espero ser feliz a su lado.
-No sé la clase de hombre que a ti te conviene. No me malinterpretes; mi interés por las mujeres murió el mismo día que murió mi Megan. Lo que quiero decirte es que tú eres una mujer que quiere ser feliz al lado de un hombre. Eres fiel por naturaleza. Y exiges que tu marido te sea fiel. Y, por desgracia, Jack no es así. Jack te sería infiel.
-Eso lo sé. Pero tengo la sensación de que merezco a un hombre como Jack a mi lado. Aunque esté a punto de cumplir treinta años, me he comportado igual que una niña pequeña. No tengo nada. Dejé mi ciudad, mi trabajo, mi familia, mis amigos y mi novio y me vine a vivir aquí porque deseaba dar un cambio radical en mi vida. ¡Y me equivoqué! Ahora, estoy prometida con un tipo que me será infiel, si no me está siendo ya infiel. Me dejé llevar…¡Es tan guapo! ¿Qué tengo ahora? Nada. Sólo tengo…Un precioso anillo de compromiso…
-El anillo se puede devolver. No puedo recuperar a Megan. Pero quiero pensar que no vas a tirar tu vida por la borda. Todavía no te has casado con Jack y aún estás a tiempo de suspender la boda. Me imagino que Jack no habrá puesto fecha a la misma. ¿Verdad que no?
-Jack no es muy romántico que digamos. Quiero pensar que, a su manera, él también me quiere. Yo le quiero, pero…No sabría cómo definir exactamente lo que siento por él. Confundí la lujuria con el amor y, ahora, lo único que me queda es la resignación. Estoy cansada de equivocarme. Y quiero convertir esta equivocación en un acierto. Porque no soy tonta. Sé bien que he metido la pata hasta el fondo. Pero…Es muy tarde…No puedo dar marcha atrás…

ADVERTENCIA: Esta historia termina aquí. En ocasiones, la gente no sabe qué hacer cuando es consciente de que ha cometido una terrible equivocación. Decide seguir adelante porque tienen miedo de afrontar las consecuencias de sus actos. A pesar de ser conscientes de que van a sufrir mucho. ¿Terquedad? ¿Cobardía? Posiblemente...Ambas cosas...
Aunque no tenga nada que ver con la saga, me apetecía compartirla aquí. 
Espero que os haya gustado.